jueves, 7 de enero de 2016

LOS PUENTES NOS UNEN


¡Bueno, bueno...! Ahí estaba el Lobo, en su puto cubil, saboreando un cohiba y llevándose al coleto unas copas de su vino favorito. La Rioja queda lejos de la madriguera palentina, pero siempre que pasa con la Merche por "Ruta de Europa", en el PK 341 de la A-1 dirección N cerca de Subijana de Álava, se carga en la cabina un par de cajas (o tres) de aquel líquido de color cerezo sanguíneo que atiende a la marca de "Rioja alavesa". ¡Uhmmm, qué placer de dioses lobunos!

Escribe y escribe el condenado cánido hasta que le vino a la memoria aquella escena derrotista y algo trágica: Viajaba por la N-332 y en llegando a Los Lobos, en la profunda y desértica Almería, topase con aquel precioso puente derruido, sin tablero, huérfano de vida, de unión de pueblos, de transmisión de noticias, de mercancías, de cultura. El puente roto era la viva metáfora del fracaso. Jodida cabina -La Merche- que ahondando en la herida sensible de este lobo, se limitaba a poner música de Led Zeppelin y los aullidos de Jimmy Page y Robert Plant  lloriqueaban la vieja canción de "Communication Breakdown...". Sí, aquella premonición se cumplía a "carta cabal" y la N-332 en su PK 17 sucumbía, cortándose en tajo, sobre la profunda rambla de Canalejas.

Y el lobo Quirce, medita: ¡Hombre...!, el camino, la vereda, la senda, siempre existe, pero, el peligroso vado, especialmente con aguas bravas... ¿Cómo se salva...? Quizás, los antiguos homínidos, se limitaban a tirar un tronco de árbol sobre el cauce y así, lograban cruzar a la otra orilla. Aquel invento fue más revolucionario que la fregona, la televisión o la penicilina, por poner unos pocos ejemplos.  Ahora bien, cuando llegó el momento de vadear cosas grandes, como la pieza grande de caza, la cosecha de frutos o voluminosos menhires, el ligero tronco de madera, era más peligroso que un león de dientes de sable. Y aquellos cauces enormes, de cien metros de anchura ¿Cómo se vadeaban...?

Cuando el lobo Quirce hace un viaje con La Merche por la península, pongamos por caso, desde Madrid a Barcelona, en realidad, se desliza sobre la suave superficie de la A-2/AP-2 (salvo en los tiempos que corren, que con presupuestos raquíticos, la calzada de la primera autovía nacional, tiene más baches que la mítica "Carretera de Canillas") y no es consciente que ha cruzado mil vados en forma de puentes, viaductos, pontones, tajeas, sumideros o colectores. Siempre están debajo; no nos fijamos, salvo raras excepciones.

En tiempos alcanforados, de olor a rancio, era común la exclusión, la frontera, el límite, el "Cierra de muralla" que decía la canción de Quilapayun y se tiraba el puente, se volaba para aislarse o, quizás, defenderse del enemigo. Los castillos tenían el puente elevadizo y muchos puentes tenían el castillete defensivo para evitar incursiones poco amistosas o, las más de las veces, para controlar el tránsito y cobrar el pontazgo.

No, no, el puente debería ser otra cosa. Me viene a la memoria el concepto de puente entre los romanos. Hace más de 2.000 años -ya es decir- aquel pueblo latino vislumbró la importancia de la comunicación, de la conexión entre pueblos, de la necesidad de una buena logística para tránsito de mercancías, ejércitos y cultura y, desde luego, el puente, bien hecho, robusto y duradero, era muy importante. Aún quedan muchos puentes romanos en uso por Europa y eso es debido al especial interés que ponían en su construcción. Un siglo antes de Cristo, por citar un ejemplo claro, el preclaro Julio Cesar, ante una de las tantas crisis republicanas del Imperio, dimitió de todos sus cargos (llegó a ser hasta Dictador), pero no renunció al título de "Constructor de Puentes" o "Pontifex Maximum" pues, por encima de sus veleidades de poder, César era un ilustrado, obsesionado con el progreso. Como "Pontifex" se inventó el calendario juliano, más exacto que los calendarios lunares, y que duró más de 1.500 años; bueno, todavía, en zonas de religión ortodoxa se sigue utilizando, o se ha utilizado hasta la revolución soviética. Pero, sobre todo, como Pontifex  (hacedor de puentes) siguió diseñando y autorizando la construcción de puentes por todo el Imperio, ya que era consciente de que todo progreso venía por la fácil y rápida comunicación entre las provincias; si no se tendías puentes, el tránsito era lento y difícil o, simplemente, no existía. Curiosamente, aquel título de la república romana, que también tenía su componente espiritual, pues era para el jefe del Colegio de Sacerdotes de Roma, pasó al cristianismo y, actualmente lo ostenta el Papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana, o sea, Francisco. Bueno, el lobo Quirce, aunque ateo consumado, no parece tan mundano o amnésico y aún recuerda cosas de dios. En realidad, el título ecuménico es más espiritual, olvidando el carácter ingenieril carretero, pero sí, es cierto, cualquier obispo o arzobispo, es pontífice y el jefe de todos ellos, esto es, el Papa Francisco, es el Sumo Pontífice (el Gran Hacedor de Puentes). Lo cierto es que, aunque lobo irredento, cascarrabias, ateo y borracho, el Quirce asumió con ilusión el nombramiento de este hombre como sumo pontífice y espera de él, que ponga todos los puentes necesarios para que circule la igualdad, la libertad y la justicia, sin restricciones, ayudando a los pobres y necesitados de todo el mundo, hasta que dejen de ser eso: necesitados.

Bien, después de muchos siglos de olvido, de egoísmos, de intransigencia, parece ser que Europa, con este proyecto tan bonito que es la Unión Europea, consideró que el mejor modo de reflejar la idea de cohesión, de unión, de casa común, de derribo de fronteras y un largo etcétera, era inventar el euro y así, podemos observar en el dorso de todos los billetes, un puente idealizado, inexistente en realidad, pero que quiere reflejar la importancia del puente, como obra sólida y permanente de comunicación, ya sea de gentes, de ideas, de culturas o de mercancías. Sí, sí, yo lo confirmo, pues suelo llevar en la cartera algún que otro papel en colorines con guarismos que indican 5, 10, 20 o 50 y que expresan el número de euros con el que cualquier perrilobo (o humano) puede hacer transacciones. Vaya, interviene la vecina maciza del tercero: ¡Oye, Quirce!, ¿No sabes que hay billetes de 100, 200 y hasta de 500 euros...? -Ya, Marisa (contesta el Lobo), lo sé porque los he visto en internet, pero yo creo que son imaginarios, quizás los utilizan los artistas, en las películas o así, tal vez, banqueros, constructores o evasores de impuestos, pero te juro que no, que no los he olisqueado nunca.

¡Ay, el Puente! También existe, aunque no lo veamos, como el billete de 500 euros. Siempre está bajo la calzada pero es el sostén de ella para salvar ríos, arroyadas, ramblas, cortados o amplios valles. Existen obras modernas, como los viaductos, que -tras construirlos- nos han ahorrado a los usuarios hasta 40 o 50 kilómetros de recorrido... y mucho tiempo, además de aportarnos seguridad y confort. Hoy dedica el lobo Quirce el artículo a esta insigne obra de la ingeniería civil y pone fotos de algunos de ellos, que ha ido recopilando a lo largo del tiempo por la extensa red de carreteras peninsulares o almacena en sus archivos.

Salud y buena ruta, compañeros/as.



Puente romano de Alcántara-CC sobre el río Tajo. Construido entre 104-106 d.C. por Caius Lucius Lacer



Puente de hierro con vigas parabólicas, actualmente fuera de uso, en la carretera AC-862 que cruza el río Sor y la ría del Barquero, cerca de Porto do Barqueiro y Bares. A Coruña. Foto del 10.07.1991


Viaducto del Narón de 448 metros de longitud, en la A-6


Puente de la Cantina en la CL-601 zona segoviana y sobre el río Eresma. Foto del 13.08.2012



Puente atirantado de la Ronda Sur sobre el río Tajo en Talavera de la Reina-TO.



Puente romano sobre el Arroyo Salado de Porcuna en Villa del Río-CO junto a la A-4. Foto de fecha 08.11.2012



Puente Nuevo de El Barco de Ávila sobre el río Tormes en la N-110. Foto de fecha 09.01.2014



Puente de Los Santos en la ría del Eo. Prueba de carga después de las obras de ensanchamiento del tablero con 600 metros de longitud, en el año 2.008. Autovía A-8 PK 506



Viaducto de Montabliz sobre el valle que horada el río Bisueña en Cantabria. Tiene una longitud de 721 metros y se encuentra en la autovía A-67



Entramado de autovías, carreteras, vías férreas y túneles entre los que subsiste orgulloso el puente medieval de origen romano llamado Pont del Diable. Toma desde el camión circulando por la A-2 a la altura de Martorell-BCN. Foto de fecha 23.05.2012



Idealización de un puente medieval en el billetes de 20 euros.



Viaducto de Lindin cerca de Mondoñedo que con 707 metros de longitud es el más largo de la Transcantábrica o A-8. 



Viaducto sobre el río Cieza en el valle del Besaya de Cantabria. Tiene largueros gemelos de 220 metros y se encuentra en la autovía A-67.



Idealización de un puente barroco en los billetes de 50 euros.



Escultura de Caesar Augustus como Pontifex Maximus. (Emperador Augusto)

Artículo publicado en la revista Solo Camión número 292 de junio de 2.014


martes, 27 de mayo de 2014


 

SOLEDAD   ROTA …

Ruta hacia el norte con viento favorable y nuevo cd que la Merche parece ignorar por perpetuo soniquete que aburre… Tiene razón la jodida cabina: Es un trabajo de Amaral en el que las tres -quizás, cuatro- primeras canciones tienen el favor del Lobo, pero poco más.

 
 
 

 

Hay novedad en la rutina carretera del cánido y huele a camada querenciosa. Además, hay ruidos, gruñidos conocidos, más aullidos que reprueban al conductor, bronca y regañinas. ¡Qué ocurre! El lobo dulzón ya no sabe decir NO; lo olvidó en su última mutación iconoclasta y así, hoy y en ruta, le espetan que fuma mucho, que conduce lento, que para más de la cuenta, que se cansa…, ahora que no para, y luego, que ¡cuándo buscamos alojamiento! Amaral se esfumó por aburrimiento, pero no hay permiso para que suene Clapton,  Nina Simone o Anita O´Day. No, el cánido montaraz olvidó clamar negaciones u objeciones: la lobata menuda le acompaña a Panticosa y es la dueña y señora del camión, del albedrío del Quirce, del tiempo y del descanso. Sólo la rutina puede a la cachorra, que de vez en cuando, dormita silenciosa en el asiento o en la litera. Placidez absoluta para el lobo camionero, que en vez de pincharla, morderla  o provocarla, se limita a observarla como un tonto, embobado por un magnetismo ribonucleico infinito. El joven cuerpo está quieto, con respirar pausado, rostro plácido que dibuja una incipiente sonrisa…, silencio y plenitud.  El lobo solitario hoy es diferente y se le nota.

 



 

Descanso grato en Biescas con paseos, turismo, buena cena y… conversación: el lobo habla, ríe, se hace fotos con el móvil, camina ufano por el pueblo, se crece al compás de su joven compañera, duda a veces, por recobrar su viejo vestido de homínido civilizado. Husmea en la vieja central eléctrica, compara los puentes que cruzan el río Gállego, observa un raro gallarón que crece en un pudio. ¡Jodido lobo!, que hoy lleva pareja de aventura.

 
 

Humildes fotos al espliego, a las gastadas muelas de un molino en el olvido, al tándem de golondrinas que hacen verano, las brillantes losas de calzadas. El profundo valle del Tena tiene visita inesperada: el cánido vuelve contento a un cubil socorrido en su trabajo. Vuelve y hoy habla… a su estilo: aúlla con garbo, emite gañidos fuertes y seguros, eleva el morro altivo y brillan sus ojos, el hocico, su pelaje hirsuto de estío, su andamiaje. ¡Ah!, lobo cabrón, que viajas con la pequeña lobata de tu ancestral manada campurriana. ¡Estás contento, mamón! Ya sabes que el mundo no se reduce a tu sombra, que hay algo más fuera de tu vetusta cabina camionera y, sobre todo, que vale la pena probar la compañía.


 
Se detienen a admirar el cielo acuoso que refleja el embalse de Búbal, Hoz, El Pueyo, Lanuza, Sallent de Gállego. Vida pastoril, sendas de cánidos, fragancias galantes para el Quirce, verdes profundos, vegetación sin límite, luz plena, murmullos de agua montañesa, picos altivos, inalcanzables riscos para sarrios y corzos lugareños.

 


Bien por el lobo; viaje diferente, inusual, algo extraño y divertido. Aún hay futuro en la manada y el maniático lupus se esmera en buscar la azucena silvestre para la animada lobata compañera, el enebro enano, la sabina, el cerecillo; más hacia el sur, en el Prepirineo, enseñó a la perillán, las inmensas manchas amarillas que produce el erizón en flor, algún pino negro y el misterio del espantalobos.

Hoy, viendo alguna foto que hizo la compañera, se admira el solitario cánido: pendientes imposibles en la A-2606 con sus seis revueltas de vértigo, carencia de peraltes, firme malo y barrancos pendencieros que miran al Caldares; silencio, concentración… y la Merche cumplió su trabajo llevando a ambos hacia carreteras más civilizadas. Ya, ha habido emoción, un punto de locura, blues ronco en la cabina, más silencio, algo de ternura y … soledad rota.

 Cubil del Quirce, enero y julio de 2.008

lunes, 14 de abril de 2014

ENTRE AMORES Y ODIOS..., LA CABINA.

 
 
No he podido evitar la tentación de grabar en mi sistema electrónico las chorradas y otros dislates de estos lobos, silenciosos cuando quieren, pero charlatanes hasta hartar, cuando una tiene que aguantarles todo tipo de comentarios soeces, cutres y ramplones, además de ruidos, efluvios soporíferos y pensamientos en voz alta que aburren a los borregos más despistados. Hasta la fecha, he permanecido al margen de sus costumbres lobunas y pendencieras, pensando por demás, que nunca sabría lo que es un cubil, así de lleno y crudo, pero en esta semana ya lo he comprendido: Mi perfume habitual, el Ambi-electric Plus con olor a bosque verde, no ha funcionado. No lo habría hecho ni el Brisa azul, ni el Out´s, ni nada parecido; mis entrañas eran una auténtica madriguera de hurón o comadreja con aromas añadidos de cánidos, humo de tabaco, vahos y alientos toscos. ¡Coña!, si hasta me han grapado en las zonas nobles, estampas del penthouse, private y sexpistons, que en tal ambiente se veían borrosas.
 


Lo cierto es que han currado juntos, al unísono -eso creo-, en pareja formal de lobos escrupulosos y leales al trabajo, mas cuando me penetraban, ya fuera para conducir o acudir a los descansos reglamentarios, estos mamones eran como un grano en el culo de larga duración -se me debe perdonar expresión tan lenguaraz, pero hay que verles y aguantarles-.

 
El jodido Quirce con el morro fruncido, enseñando caninos imponentes porque iba de asistente. Espartero, tenías que haberle visto, de verdad. Se ha bufado cual gato, ha ladrado como un vulgar perrilobo, se ha dedicado a monologuear, pero “a voz en grito”, buscando la raspa y provocando al Boss, que tiene el morro todavía más duro que su pareja. Es lo que tiene el asunto de ser libre, pero juntas dos voluntades tan indómitas y se acaba todo, hasta la entereza y la paciencia. La carretera es infinita en estos casos y ni siquiera en una cuneta perdida y al raso nocturno, han dejado de darme la vara estos desventurados. Me han embarrado, me han movido una eternidad, me han sobado bien, para adelante y para atrás en el jodido aeropuerto leonés. La ruina; ha sido mi ruina. Aguántales, Espartero: Imposible. Perrean como lobos hasta por la música, que debía ser la que cada uno quería: no tengo dos sistemas de audio…, pero me lo pensaré para el futuro.
– Coño, déjame al Wes Montgomery -decía el Quirce-.
– Que no, carajo, espera que termine Corelli, terciaba el otro.
– ¡Qué pollas!, que son los Concerti grossi, opus 6 y duran más de una hora, mamón. No me des más la brasa -insistía el Quirce-.
(Palabrotas, exabruptos y chascarrillos, son textualidad de sus conversaciones, en las que no tengo nada que ver).
 
El lobo Quirce se entretiene escribiendo en el portátil y el otro se esconde en un descanso, tras un motel carretero. No aparece hasta las tantas:
– Coño Luis, que tenemos que cenar y buscar alojamiento, mamón.
– ¿Ah, sí? Ahora me llamas Luis, ¿verdad? Ya no soy el lobo alpha, ni el boss, ni el geta. Ahora soy Luis. Lo próximo será que me digas que podemos compartir literas -sigue arguyendo el mendaz jefe-. Por cierto, están limpias… y ya es tarde ¿no te parece? Nos podíamos quedar aquí, tranquilitos…, en la cabina, a pasar la noche.
– ¡Cómo que nos podemos quedar aquí, cabrón! Qué raro. ¿No habrás hecho alguna de las tuyas? -le contesta mosqueado el Lobo-.
– Te juro que no, Quirce. Me he perdido un poco, nada más.
 
Lo cierto era que tras el motel en cuestión, había un garito de copas y otras cosas, donde el tarado del Boss se había dejado las dietas de aquel día (las de los dos) y claro, no había para cenas o alojamientos.
 
– Ha sido como una abducción, Quirce -continuaba argumentando a su manera este gilipollas-. ¿No ves la esfera de multitud  de partículas luminosas que hay sobre el tejado de aquel tugurio? Pues eso: me han atraído como si fuera una especie de agujero negro. Yo soy masa al fin y al cabo, Quirce. ¿Comprendes?
– No, no te comprendo, cabrón. Te pules las dietas. Me haces bajar el Alto del León con nieve, ventisca y prisas, para ahorrarte los 18 euros del peaje, mamón. ¡Claro! y ahora te gastas todo, por unas copas y algo más, cabronazo. Así no vamos a ningún sitio. Eres la ignominia del gremio camionero, macho. ¿No te da vergüenza?
 
No le daba vergüenza, no, ni rubor, ni temblaba por sus errores. El Boss era así; siempre a su aire. También es cierto que no todo fue un mar de lágrimas. Hubo consenso a ratos y algo de complicidad: son lobos, al fin y al cabo. Aquel día, sin otro pito -o rabo, según se mire-  que tocar, y muy cerca de Villafáfila, optaron por acercarse a la laguna grande.

 

 
 
 
– ¡Joder! conduce despacio, mamón. –Vas a atropellar al zorro. – Nos vamos a caer a la charca, jodio. –Quieres parar, de una vez, cansino. –Mira, mira tío, hay cercetas. ¡Y azulones, cabrón! Míralos, están imponentes. – ¡Coño, quita las luces! Todavía se ve bien y además espantas a los patos cuchara. – ¡Venga! Para de una vez, coño. Iremos a pata. (Todas eran expresiones de ambos, en aquella senda por la que intentaban acercarse a la laguna).
 
El sol se ponía deprisa en el largo horizonte zamorano y estos tunantes, desnudos de la agresividad característica, sin emitir un solo taco en media hora, caminaban muy lentamente, como al rececho, elevando sus hocicos brillantes, en busca de un rastro olfativo que indicara o descubriera la fauna escondida entre carrizos. Era gloria verlos: dicen que el lobo caza al vuelo, en los vientos y que el zorro es más vulgar, agacha la cabeza y sigue rastros por el suelo, hasta que prende su presa, en cualquier momento. No, estos lobos sabían lo que hacían, analizando el aire, el viento. Allí degustaron visualmente muchas presas, golosas y gordas, en plenitud. Había legión de ánsares comunes, alguna barnacla cariblanca, cercetas, frisos y fochas. Lentas cigüeñas blancas y algunas garcillas bueyeras. No había grullas, pero disfrutaron con la presencia de varias garzas reales. Sus miradas hacia el cielo, celosas de envidia, contemplaban los planeos suaves del aguilucho lagunero, sobre la superficie acuosa. Cernícalos primilla de algún pueblo cercano, también practicaban su caza peculiar, proveyendo de grandes insectos, sus tejados nidos. Hubo largo silencio y en esta ocasión se adivinaba lo que puede ser una selectiva caza de dos lobos distintos, ya que uno era eterno caminante meseteño de Tierra de Campos, pero el otro, el Quirce, estaba más acostumbrado a los peñascales y lastras pernianas. Sigilosos y taimados, gozaron de la evolución y el movimientos de  anátidas y rapaces, sin que, remotamente, éstas supieran que al acecho, eran contempladas por dos cánidos hambrientos -al menos, el Quirce sí tenía gusa- y curiosos. No hubo lances, ni arte venatoria. Miraron en silencio, observaron… y disfrutaron de un lienzo donde late la vida salvaje, parecida a la de ellos mismos, simplemente.
 
 
En algunas ocasiones, pocas, parecían lobos doctos, manejando recortes de prensa y argumentando cuáles serían los más idóneos para incorporar al blog. Tenían desperdigados por mi suelo y salpicadero algunos artículos interesantes sobre la inmigración agraria leonesa, sobre el voluntariado genuinamente religioso -ahí discutieron, de nuevo, y lanzaron gruñidos y gañidos temerosos- de los frailes misioneros franciscanos; también sobre los cupos de alumnos de español para inmigrantes, que citaba el Diario de León o la actividad de la asociación Entrepueblos. Tenían materia y la discutían a su modo, con miradas ambarinas severas frunciendo el belfo o elevando el pelaje híspido, para parecer más poderosos ante el contrario, pero siempre -en esos casos- predominaba la cordura lobuna propia de cualquier manada que se precie.


 
 
Fue curioso también su comportamiento analítico ante un vulgar puente en el camino. Desviaron mi ruta varios kilómetros para coger un camino carretero que comunicaba con una cañada real de la vieja Mesta y así, poder contemplar de cerca un puente que he de reconocer como perfecto, construido por los ilustrados, quizás sobre la base de otro medieval de estilo mudéjar. Hicieron fotos del asunto y lo rodearon cual presa, en varias ocasiones para determinar su categoría: cascote con escombro y sillares blancos bien labrados, con pretil de fábrica de ladrillo con arcillas castellanas y aparejo de sillarejo en las partes menos vistosas, tablero con perfil plano y punzantes  tajamares bien dispuestos, pues el agua provenía de arroyadas y no discurría por allí desde hacía mucho tiempo. Contaba una decena de arcos rebajados de pura geometría, construidos con blanca caliza, al igual que las zapatas, y ancha bóveda que debió dificultar el alzado de las cimbras al maestro constructor. Entradas en embudo para el ganado, pretil bajo y sin apartaderos, para que los rebaños cruzaran rápido. Hubo fotos, carreras y juegos de escondite, simulando añagazas bajo los últimos arquillos de aquel puente, mimetizados en arbustos, viendo pasar un legendario rebaño, con pastores y mastines, al acecho, para atacar a alguna machorra cojitranca descolgada del grupo por desvalimiento: festín soñado y divertimento; protocolo de asalto a la proteína cálida que iniciaba el ejemplar alpha, pues el colega -cansado de rutinas y de rangos- renunciaba a la menor lucha por principiar el sustento. Aquello siempre será otra historia…, que sólo conocen ellos. Yo relato el presente y veo a ambos cánidos esquivos pero macucos y bacilones…, siempre libres.


 
 
 
Esta vez no ha habido libreta negra, ni apuntes, ni esbozos. Yo creo que para no dar la brasa, el Boss le escondió lápiz y libreta al lobo Quirce y así quedó la cosa, pues he tenido que ser yo misma -la cabina- la que inicie el mínimo relato camionero.


sábado, 12 de abril de 2014

N-621 LA VIEJA ARTERIA DEL CANTÁBRICO



N-621 LA VIEJA ARTERIA DEL CANTÁBRICO 

Cruzar el río Gandarilla es abrir la memoria encriptada de este lobo hacia una

ruta “roja”, bella en sí misma. A las viejas carreteras nacionales –arrumbadas

por el poderío de las vías azules a modo de autopistas- se las olvida; les

damos esquinazo…, no miramos atrás, como si ya no quedasen recuerdos.

 


Aquellas viejas carreteras

nacionales nos dieron

todo en un tiempo pasado,

caminos de unión, sendas

de imán que portaban mercancías,

bienes y personas; aún

hoy pueden. Escribo sobre un

viaje no muy lejano en el tiempo,

de principios de noviembre

pasado, por la N-621. La vieja

arteria que bajaba desde el

Cantábrico hasta León todavía

amagó con nieves en un otoño

entrado, cuajado de ocres y

bañado por cascadas y regatos

por doquier. Sí, el río Gandarilla

es la llamada y atrás queda

Unquera, donde nace esta ruta

montañosa que trabajosamente

alcanza las parameras leonesas.

 

El lobo Quirce no tenía prisa

y olvidó el confort de una ruta

rápida –más larga, eso sí- por

la A67/A231; también desechó

otra ruta cómoda como es la

A8/A66. Llevaba el camión con

mínima carga y muchas ansias

de velar paisajes, cazar fragancias,

oír el silencio en valles,

majadas o riscos y tocar con

las pezuñas los líquenes de un

mundo calcáreo que se agiganta

bajo el nombre de Picos

de Europa. Carretera de olvido

que me abrazó aquel día gris

con intención de seducirme,

de robarme el reloj, de ahuyentar

mis prisas. Carretera de olvido

que me muestra la belleza salvaje,

el aroma a lobos, el sentir

de la manada ausente, los

rastros…Carretera de olvido

como tantas otras que se absorben

por el vértigo suave y

espacioso de autopistas (habrá

otros capítulos que recordarán

las vicisitudes y la agonía de

la N-634, la N-623, la N-611,

la N-340, la mítica N-120, la

N-111, otras…).
 


 
 

Cantar al río Deva ya no tiene

mérito salvo para un perrilobo

matrero o curioso como el Quirce.

Desfiladeros, gargantas y

estrechuras desgastadas por el

Deva se hacen evidentes en la

ruta; Molleda, Buelles, El Mazo,

Peñamellera, Panes y la orgía

de La Hermida van quedando

atrás y la conducción se hace

severa y dúctil para esquivar

revueltas prodigiosas, curvas y

badenes en un firme más que

regular. La orogenia herciniana

esculpió las calizas a su antojo

y formó angostaderos por los

que ahora pasa La Merche,

lamiendo sus paredes naturales.



 
 

Yanta el cánido un cocido lebaniego

en Potes, a la que los

romanos llamaron Pontes por

sus variados puentes, y hace

acopio de orujos; silencio y frío,

piedras diseñadas para soportar

el tiempo ya sea en iglesias,

casas montañesas, puentes, torres…

humedad incesante que

siembran los fluidos de los ríos

Deva y Quiviesa, luz y acentos

verdes que producen las masas

forestales de robles, enebros y

coníferas, que se mezclan con

incipientes tonos amarillentos

o rojizos de castaños y hayas

centenarias.

 
 
 

 

El campo visual se hace amplio,

camino de las cordadas serradas

hacia San Glorio. Se suceden

pueblucos como Narova,

La Vega, Bores o Entrerrías con

salpicados de casucas, cobertizos

o tenadas hasta un punto

crucial; el camionero Quince

acaricia el cielo y levita pensando

en Betelgeuse, Vega o Arcturus.

¡Ah, quiere una estrella,

el jodío! Arrecia el viento en el

mirador del Corzo y en el collado

del Llesba, pero él sueña…,

sueña la orografía del valle de

Cereceda, la sierra de Alba, la

montaña palentina que entrevé

allí mismo, en Peña Prieta. Cánido

montaraz de origen perniano,

amante de lastras, regatos

fríos, campas verdes sembradas

de cólquico y rutas. Rutas

de negro asfalto que llegan a

destinos diferentes, siempre al

compás de runrún de “La Merche”,

ganando kilómetros, metas,

descansos… No, no está

solo el Quince. Hoy tampoco; le

acompaña la mochila, su libreta

negra y un lápiz afilado que

utiliza toscamente para apañar

unos renglones de impresiones:

es libertad, no más, con

gotas de interés, ruta, horarios

y entregas puntuales.

 
 

Bien, hoy se entretuvo el Lobo,

pues podía y acierta a escribir

para vosotros. La ruta siguió

por otros regatos como el veloz

de Salceda y el Yuso y alguna

instantánea captó del puente

de Llánaves de la Reina y el

enigmático desfiladero de la

Hoz con airosos túneles horadados

en roca viva; Portilla de la

Reina, Boca de Huérgano y cierta

apoteosis al llegar a Riaño y

poder vislumbrar los brillos del

río Esla, prisionero en la gigantesca

presa. Plenitud de cánido

hambriento. Sosiego donde el

paisaje se aplana camino de

Cistierna, León y Virgen del Camino.

Final feliz de un jodido camionero

solitario que ensambla

soliloquios al ritmo de un blues

ronco de Robert Johnson o Muddy

Waters que suenan por

costumbre en la cálida cabina de su camión.
 
 
 
Relato publicado en la revista Solo Camión nº 245 de julio de 2.010