N-621 LA VIEJA ARTERIA DEL CANTÁBRICO
Cruzar el río Gandarilla es abrir la
memoria encriptada de este lobo hacia una
ruta “roja”, bella en sí misma. A
las viejas carreteras nacionales –arrumbadas
por el poderío de las vías azules a
modo de autopistas- se las olvida; les
damos esquinazo…, no miramos atrás,
como si ya no quedasen recuerdos.
Aquellas viejas carreteras
nacionales nos dieron
todo en un tiempo pasado,
caminos de unión, sendas
de imán que portaban mercancías,
bienes y personas; aún
hoy pueden. Escribo sobre un
viaje no muy lejano en el tiempo,
de principios de noviembre
pasado, por la N-621. La vieja
arteria que bajaba desde el
Cantábrico hasta León todavía
amagó con nieves en un otoño
entrado, cuajado de ocres y
bañado por cascadas y regatos
por doquier. Sí, el río Gandarilla
es la llamada y atrás queda
Unquera, donde nace esta ruta
montañosa que trabajosamente
alcanza las parameras leonesas.
El lobo Quirce no tenía prisa
y olvidó el confort de una ruta
rápida –más larga, eso sí- por
la A67/A231; también desechó
otra ruta cómoda como es la
A8/A66. Llevaba el camión con
mínima carga y muchas ansias
de velar paisajes, cazar
fragancias,
oír el silencio en valles,
majadas o riscos y tocar con
las pezuñas los líquenes de un
mundo calcáreo que se agiganta
bajo el nombre de Picos
de Europa. Carretera de olvido
que me abrazó aquel día gris
con intención de seducirme,
de robarme el reloj, de ahuyentar
mis prisas. Carretera de olvido
que me muestra la belleza salvaje,
el aroma a lobos, el sentir
de la manada ausente, los
rastros…Carretera de olvido
como tantas otras que se absorben
por el vértigo suave y
espacioso de autopistas (habrá
otros capítulos que recordarán
las vicisitudes y la agonía de
la N-634, la N-623, la N-611,
la N-340, la mítica N-120, la
N-111, otras…).
Cantar al río Deva ya no tiene
mérito salvo para un perrilobo
matrero o curioso como el Quirce.
Desfiladeros, gargantas y
estrechuras desgastadas por el
Deva se hacen evidentes en la
ruta; Molleda, Buelles, El Mazo,
Peñamellera, Panes y la orgía
de La Hermida van quedando
atrás y la conducción se hace
severa y dúctil para esquivar
revueltas prodigiosas, curvas y
badenes en un firme más que
regular. La orogenia herciniana
esculpió las calizas a su antojo
y formó angostaderos por los
que ahora pasa La Merche,
lamiendo sus paredes naturales.
Yanta el cánido un cocido lebaniego
en Potes, a la que los
romanos llamaron Pontes por
sus variados puentes, y hace
acopio de orujos; silencio y frío,
piedras diseñadas para soportar
el tiempo ya sea en iglesias,
casas montañesas, puentes, torres…
humedad incesante que
siembran los fluidos de los ríos
Deva y Quiviesa, luz y acentos
verdes que producen las masas
forestales de robles, enebros y
coníferas, que se mezclan con
incipientes tonos amarillentos
o rojizos de castaños y hayas
centenarias.
El campo visual se hace amplio,
camino de las cordadas serradas
hacia San Glorio. Se suceden
pueblucos como Narova,
La Vega, Bores o Entrerrías con
salpicados de casucas, cobertizos
o tenadas hasta un punto
crucial; el camionero Quince
acaricia el cielo y levita pensando
en Betelgeuse, Vega o Arcturus.
¡Ah, quiere una estrella,
el jodío! Arrecia el viento en el
mirador del Corzo y en el collado
del Llesba, pero él sueña…,
sueña la orografía del valle de
Cereceda, la sierra de Alba, la
montaña palentina que entrevé
allí mismo, en Peña Prieta. Cánido
montaraz de origen perniano,
amante de lastras, regatos
fríos, campas verdes sembradas
de cólquico y rutas. Rutas
de negro asfalto que llegan a
destinos diferentes, siempre al
compás de runrún de “La Merche”,
ganando kilómetros, metas,
descansos… No, no está
solo el Quince. Hoy tampoco; le
acompaña la mochila, su libreta
negra y un lápiz afilado que
utiliza toscamente para apañar
unos renglones de impresiones:
es libertad, no más, con
gotas de interés, ruta, horarios
y entregas puntuales.
Bien, hoy se entretuvo el Lobo,
pues podía y acierta a escribir
para vosotros. La ruta siguió
por otros regatos como el veloz
de Salceda y el Yuso y alguna
instantánea captó del puente
de Llánaves de la Reina y el
enigmático desfiladero de la
Hoz con airosos túneles horadados
en roca viva; Portilla de la
Reina, Boca de Huérgano y cierta
apoteosis al llegar a Riaño y
poder vislumbrar los brillos del
río Esla, prisionero en la
gigantesca
presa. Plenitud de cánido
hambriento. Sosiego donde el
paisaje se aplana camino de
Cistierna, León y Virgen del
Camino.
Final feliz de un jodido camionero
solitario que ensambla
soliloquios al ritmo de un blues
ronco de Robert Johnson o Muddy
Waters que suenan por
costumbre en la cálida cabina de su
camión.
Relato publicado en la revista Solo Camión nº 245 de julio de 2.010
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