Nueve bobinas de cable secundario. Kilómetros de hilo grueso, serpenteante y sinuoso, como la vieja carretera N-611, desde las brumas marineras de Cantabria mezcladas con cielo gris y tormentoso.
Regresa Quirce hacia la meseta; lo necesita y, además, se lo merece. Vuelve de vacío, lo cual es más grato y ayuda a sus propios intereses. Ya ha currado bien en el aeropuerto, ayudando a la descarga de los gigantes carretes que, en un descuido, te aplastan impávidos, en silencio. Sí, la vuelta es relajada y lenta para este camionero curioso. Se recrea contemplando las campas verdes que tapizan El Pozazal y el Alto Campoo.
Marcha en paralelo al milenario cauce del río Pisuerga. Decide detenerse en la antigua villa de Aguilar; es territorio palentino.
– ¿Has visto qué atardecer?
– Se refleja el sol sobre las piedras de Santa Cecilia. Viste la iglesia con mantos de oro. ¿No te das cuenta…?
No, no se daba cuenta el interlocutor de este gentil hombre. Bueno, quizás sí, claro. Su viejo Mercedes 1317 no necesitaba contestarle. Le hablaba dándole calidez en la cabina; respondiendo correctamente a sus necesidades en la ruta. Llevándole y trayéndole donde éste quisiera, sin sustos, sin sobresaltos… Llevó la carga en orden y, ahora, le devuelve a él -al Quirce- a origen, para que siga su camino. Eso sí, siempre juntos, hablándose en la intimidad, a la sombra de los viejos muros de la colegiata, hoy; en algún aparcadero improvisado junto al remanso de cualquier río, mañana; al coronar un puerto imposible muchas veces, ampliando las vistas, donde descollan las hayas y los robles centenarios.
Han gozado los dos de tal estampa: La fábrica románica de la colegiata queda atrás, pero se llevan el recuerdo de sus arcos impolutos, de su bello pórtico, del saliente y primoroso campaníl. Hay fotos del recuerdo, y el camión también lo sabe; está allí, inmortalizado.
Pero el sol es imparable. Cae por ley física -rotamos invariables con intención de darle la espalda- para iluminar otras autopistas, vías o carreteras secundarias que guiarán a muchos colegas. Quirce acelera, aprovechando las largas rectas de la suave bajada campurriana. Busca cobijo cercano, junto al río Pisuerga, tras el pronunciado codo de Nogales, mínimo descenso y ¡zas!, refugio legendario en el mesón La Cueva. Cenará pronto las excelentes viandas de aquella posada camionera, paseará un rato junto al río y -seguro-, que atravesará el puente de Las Monjas, con intención de adentrarse en aquel pueblo -Alar del Rey-, buscando el fuerte sabor de un último café en El Paralelo.
El lobo Quirce
El lobo Quirce
Pequeño relato publicado en el número 3 de la revista Truck de junio de 2007, con el título "Un día cualquiera" que he modificado, obviamente, pues ya lo utilicé en otro; lo cierto es que tenemos muchos días cualesquiera y, siempre, habrá algo distinto en ellos. Por eso.
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